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La misión interrumpida
Para los españoles no hay otro
camino que el de la Monarquía Católica, instituida para
servicio de Dios y del prójimo. No podría fijar el de los
pueblos de América, porque son muchos y diversos. Cada uno de
ellos está condicionado por sus realidades geográficas y
raciales. A mí no me gusta la palabra Imperio, que se ha echado
a volar en estos años. No tengo el menor interés en que
empleados de Madrid vuelvan a recaudar tributos en América. Lo
que digo es que los pueblos criollos están empeñados en una
lucha de vida o muerte con el bolchevismo, de una parte, y con el
imperialismo económico extranjero, de la otra, y que si han de
salir victoriosos han de volver por los principios comunes de la
Hispanidad, para vivir bajo autoridades que tengan conciencia de
haber recibido de Dios sus poderes, sin lo cual serán
tiránicas, y de que esos poderes han de emplearse en organizar
la sociedad de un modo corporativo, de tal suerte que las leyes y
la economía se sometan al mismo principio espiritual que su
propia autoridad, a fin de que todos los órganos y corporaciones
del Estado reanuden la obra católica de la España tradicional,
la depuren de sus imperfecciones y la continúen hasta el fin de
los tiempos. Ello han de hacerlo nacionalizándose aún más de
lo que están. Los argentinos han de ser más argentinos; los
chilenos, más chilenos; los cubanos, más cubanos. Y no lo
conseguirán sino son al mismo tiempo más hispánicos, por la
Argentina y Chile y Cuba son sus tierra, pero la Hispanidad es su
común espíritu, al mismo tiempo que la condición de su éxito
en el mundo. El ansia universalista que les animaba cuando se
ofrecían a la emigración de todos los pueblos de la tierra
sólo es realizable por el Catolicismo. Las otras religiones son
exclusivistas y celosas y la experiencia ya ha sido hecha. Los
argentinos creían poder asimilar a los judíos, a los españoles
o a los italianos. No lo han logrado. Los judíos se casan entre
sí, y este cuidado de la pureza de su raza no es sino la
expresión de su voluntad firme de no dejarse absorber por
ningún otro pueblo.
El éxito se logra de otro modo. Don Eusebio Zuloaga me contaba
que no hace muchos años le guió un cacique indio por las
montañas de Bolivia. El indio se apoyaba en un bambú que tenía
en el puño una vieja onza española. "¿Quién es
ese?" -le preguntó Zuloaga, señalando con el dedo la
efigie de la onza-. "El Rey de Castilla, mi rey"
-repuso el indio-. "¿ Cómo tu rey? Aquí en Bolivia
tenéis un presidente" -observó Zuloaga-. Pero el indio se
lo explicó todo: "Ese presidente lo nombra el rey de
Castilla. Si no fuera por eso, ¿crees tú que yo me dejaría
mandar por un mestizo?". Sin duda ha habido gobernantes en
Bolivia que, hasta hace pocos años, han querido fortalecer su
prestigio haciendo creer a los indios que los designaba el rey de
España. Ello no muestra sino que la obra protectora de los
indios, a que se dedicó durante tres siglos la Monarquía
Católica española, por medio de toda organización gubernativa
y eclesiástica, ha echado raíces tan profundas en los pueblos
de América, que no pueden concebir otra autoridad legítima que
la que ella designa. Y lo que aquí se significa (porque los
Gobiernos se legitiman mucho más por su bondad que por su
origen) es que la misión de todo Estado hispánico ha de
consistir en fortalecer a los débiles, en levantar a los
caídos, en facilitar a todos los hombres los medios de progresar
y mejorarse, que es confirmar con obras la fe católica y
universalista.
Para esta faena, la de seguir la misión interrumpida, han de
esperar los pueblos hispánicos las simpatías y el apoyo de
todos los países católicos. Si la Hispanidad se hizo con la
idea católica, la Iglesia, en cambio, no ha producido en el
curso de los siglos otro Imperio que se dedicara casi
exclusivamente a su defensa, más que el nuestro. Esa misión hay
que continuarla. En ella está la orientación que echábamos y
echamos de menos. El mundo no ha concebido ideal más elevado que
el de la Hispanidad. La vida del individuo no se eleva y ensancha
sino por el ideal. Pero si una mujer abnegada dijo en la hora de
su muerte que el patriotismo no es bastante, también puede
decirse que la religión no es tampoco suficiente para llenar la
vida, sino que necesita del patriotismo para encarnarse en esta
tierra. En este ideal religioso y patriótico sería ya posible
hasta recoger las almas extraviadas que de su patria regeneraron
por no encontrar en ella los bienes de otros pueblos. Las
diríamos que busquen donde quieran las ciencias y las artes que
nos falten, para traerlas al "dulce y patrio nido",
como pájaros menesterosos de pajuelas. No necesitan renegar de
nuestro pasado, que también fue una busca por el mundo de cuanto
precisábamos. Lo esencial es que defendamos nuestro ser. La vida
del hombre se rige por la causa final. Su finalidad se encuentra
en sus principios. Los pueblos señalan su porvenir en sus mismos
orígenes, apenas se va plasmando en ellos la vocación de su
destino.
Presumo que los caballeros de la Hispanidad están surgiendo en
tierras muy diversas y lejos unos de otros, lo que no les
impedirá reconocerse. ¿No se conocen entre sí los místicos,
los amigos del arte, los grandes aficionados al mismo deporte?
¿No hay en el lenguaje de los buenos hispanos un diapasón, a la
vez religioso y patriótico, que los distingue a todos? Esperemos
entonces: "Don Gil, don Juan, don Lope, don Carlos, don
Rodrigo" -porque su ideal personal será el de sus países,
y el de sus países el de la Hispanidad, y éste el del género
humano-, que los caballeros de la Hispanidad, con la ayuda de
Dios, estén llamados a moldear el destino de sus pueblos.
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"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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