XIX.-De las principales reglas de prudencia cristiana que debe observar el buen católico en su trato con liberales. Indice de "El liberalismo es pecado XXI.-De la sana intransigencia católica en oposición a la falsa caridad liberal.

El liberalismo es pecado, Félix Sardà i Salvany

XX De cuán necesario sea precaverse contra las lecturas liberales .

 

Si esta conducta conviene observar con las personas, mucho más conveniente, y por suerte mucho más fácil, es observarla con las lecturas.

El Liberalismo es sistema completo, como el Catolicismo, aunque en sentido inverso. Tiene, pues, sus artes, ciencias, letras, economía, moral, es decir, un organismo enteramente propio y suyo animado por su espíritu, marcado con su sello y fisonomía. También lo han tenido las más poderosas herejías, como, por ejemplo, el arrianismo en la antigüedad y el jansenismo en los siglos modernos. Hay, pues, no sólo periódicos liberales, sí que libros liberales o resabiados de Liberalismo, y los hay en abundancia, y triste es decirlo, en ellos se apacienta principalmente la generación actual y por esto, aun sin saberlo o advertirlo, son tantos los que se encuentran miserablemente contagiados.

¿Qué reglas hay que dar para este caso?

Análogas o casi iguales a las que se han dada con relación a las personas. Vuélvase a leer lo dicho poco ha, y aplíquese a los libros lo que de los individuos se dijo. No es trabajo difícil, y ahorrará a nosotros y a los lecturas la molestia de la repetición.

Una cosa solo advertiremos aquí, que especialmente se refiere a esta materia. Y es que nos guardemos de deshacernos en elogios de libros liberales, sea cual fuere su mérito científico o literario, a menos que no hagamos tales elogios sino con grandísimas reservas y salvando siempre la reprobación que merecen por su espíritu o sabor liberal. Y hacemos hincapié en esto, porque son muchos los católicos bonachones (aun en el periodismo católico), que, para que les tengan por imparciales, y por darse barniz de ilustración, que siempre halaga, tocan el bombo y soplan la trompeta de la Fama en favor de cualquier obra científica o literaria que nos venga del campo liberal; y dicen que hacerlo así es probar que a los católicos no nos duele reconocer el mérito donde quiera que lo veamos, que así se atrae al enemigo (maldito sistema de atracción, que viene a ser nuestro juego de gana pierde! pues insensiblemente somos nosotros los atraídos); que, finalmente, no hay peligro alguno en esto, y si notorio espíritu de equidad. ¡Qué pena nos dio hace pocas meses leer en un periódico fervorosamente católico repetidos elogios y recomendaciones de un poeta célebre que ha escrito, en odio a la Iglesia, poemas como la Visión de Fr Martín y La última Lamentación de Lord Byron! ¿Qué importa sea o no grande su mérito literario, si con este su mérito literario, nos asesina las almas que hemos de salvar? Lo mismo fuera guardarle consideración al bandido por brillo de la espada con que nos embiste, o por los bellos dibujos que adornan el fusil con que nos dispara. La herejía envuelta en los artificiosos halagos de una rica poesía, es mil veces más mortífera que la que sólo se da a tragar en los áridos y fastidiosos silogismos de la escuela. La gran propaganda herética de casi todos los siglos, leo en las historias, que la han ayudado a hacer los sonoros versos. Poetas de propaganda tuvieron los arrianos; tuviéronlos los luteranos, que muchos se preciaban, con su Erasmo, de cultos humanistas; de la escuela jansenista de Arnaldo, de Nicole y de Pascal no hay que decir que fue esencialmente literaria. Voltaire ya se sabe a qué debió los principios y sostén de su espantosa popularidad. ¿Cómo hemos, pues, de hacernos cómplices los católicos de tales sirenas del infierno, y darles nombre y fama, y ayudarlos en su obra de fascinación y corrupción de la juventud? El que lee en nuestros periódico que tal o cual poeta es admirable poeta, aunque liberal; va y coge y compra en la librería aquel admirable poeta, aunque liberal; y lo traga y devora, aunque liberal; y lo digiere e inficiona con él su sangre, aunque liberal; y tórnase a la postre el desdichado lector liberal como su autor favorito. ¡Cuántas inteligencias y corazones echó a perder el infeliz Espronceda! ¡Cuántas el impío Larra! ¡Cuántas casi hoy día el malhadado Bécquer! Por no citar nombres de vivos; que nos costara por cierto citarlos a docenas. ¿Por qué le hemos de hacer a la Revolución el servicio de pregonar sus glorias infaustas? ¿A título de qué? ¿De imparcialidad? No, que no debe haber imparcialidad en ofensa de lo principal, que es la verdad. Una mala mujer es infame por bella que sea, y es más peligrosa cuanto es más bella. ¿Acaso por título de gratitud? No, porque los liberales más prudentes que nosotros, no recomiendan lo nuestro aunque sea tan bello como lo suyo, antes procuran obscurecerlo con la crítica o enterrarlo con el silencio.

De San Ignacio de Loyola dice su ilustre historiador, el P. Ribadeneyra, que era tan celoso de esto, que nunca permitió se leyese en sus clases obra alguna del famoso humanista de su época Erasmo de Rotterdan, a pesar de que muchos de sus elegantes escritos no se referían a religión, sólo porque en la mayor parte de ellos mostraba saber protestante.

Del P. Fáber, a quien no se tachará de poco ilustrado, intercalamos aquí un precioso fragmento a propósito de sus famosos compatricios Milton y Byron. Decía así el gran escritor inglés, en una de sus hermosísimas cartas: ¿No comprendo la extraña anomalía de las gentes de salón, que citan con elogio a hombres como Milton y Byron, manifestando al mismo tiempo que aman a Cristo y ponen en El toda esperanza de salvación. Se ama a Cristo y a la Iglesia, y se alaba en sociedad a los que de Ellos blasfeman; se truena y se habla contra la impureza como cosa odiosa a Dios, y se celebra a un ser cuya vida y obras han estado saturadas de ella. No puedo comprender la distinción entre el hombre y el poeta, entre los pasajes puros y los impuros. Si un hombre ofende Al objeto de mi amor, no puedo recibir de él consuelo ni placer, y no puedo concebir que con amor ardiente y delicado hacia nuestro Salvador puedan gustar las obras de su enemigo. La inteligencia admite distinciones pero el corazón, no. Milton ( maldita sea la memoria del blasfemo! ) pasó gran parte de su vida escribiendo contra la divinidad de mi Señor, mi única fe, mi único amor; este pensamiento me envenena. Byron, hollando sus deberes para con su patria y todos los afectos naturales, se rebajó vergonzosamente, vistiendo con hermosos versos el crimen y la incredulidad. El monstruo que puso (¿me atreveré a escribirlo?) a Jesucristo al nivel y como compañero de Júpiter y de Mahoma, no es para mí otra cosa que bestia fiera, hasta en sus pasajes más puros, y nunca me he arrepentido de haber arrojado al fuego en Oxford una hermosa edición de sus obras en cuatro volúmenes... Inglaterra no necesita a Milton. ¿Cómo puede necesitar mi país una política, un valor, un talento o cualquier otra cosa que esté maldita de Dios; ¿Y cómo el Eterno Padre puede bendecir el talento y la obra de quien en prosa y en verso ha renegado' ridiculizado y blasfemado la divinidad de su Hijo? Si quis non amat Dominum Nostram Jesum Christam, sit anathema. Así decía San Pablo.,

En tales términos escribía el gran literato católico inglés, una de las más grandes figuras literarias de la Inglaterra moderna. Eso escribía cuando no había hecho aún su completa abjuración del Protestantismo. Así ha discurrido siempre la sana intransigencia católica, así habló siempre el buen sentido de la fe.

Asómbrame que se hayan tenido tantas polémicas sobre si conviene o no la educación clásica, basada en el estudio de los autores griegos y latinos de la pagana antigüedad, a pesar de lo que les disminuye a éstos su eficacia la distancia de los siglos, el mundo distinto de ideas y costumbres y la diversidad del idioma. Asómbrame esto, y que apenas nada se haya escrito sobre lo venenoso y letal de la educación revolucionaria, que sin escrúpulo se da o se tolera dar por muchos católicos a la juventud.

 



XIX.-De las principales reglas de prudencia cristiana que debe observar el buen católico en su trato con liberales. Indice de "El liberalismo es pecado XXI.-De la sana intransigencia católica en oposición a la falsa caridad liberal.