Indice de Mística y Política de la Hispanidad

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MISTICA Y POLITICA DE HISPANIDAD,

Blas Piñar

Panamericanismo

Pues bien, si la construcción doctrinal de Indoamérica es inadmisible, no lo es menos la que, volviendo los ojos hacia el norte, defiende la postura panamericana y hace santo y seña de lo que Rodó ha llamado la "nordomanía" y que se conoce con el nombre de panamericanismo. E1 panamericanismo cuenta con una declaración publica, oficial y solemne en la doctrina de Monroe y con una formulación literaria, hecha desde un campo opuesto, en el mensaje a la América hispana, de Waldo Frank.
E1 atento examen de las fuentes mencionadas, pone de manifiesto que el panamericanismo parte de dos principios que considera incontrovertibles: que la concepción católica e hispánica es una concepción medieval fracasada y superada en la historia, que la concepción sajona y protestante constituye el nervio del porvenir. Por ello, el panamericanismo pretende la aglutinación de América y la unificación política y cultural del Continente, con arreglo a las normas e instituciones del pueblo norteamericano.
Con dicho fin, se han seguido los sistemas del "big stik" y de la ayuda económica y técnica, y se ha pasado del terreno puramente especulativo al terreno institucional, mediante la creación y perfeccionamiento de la Organización de los Estados Americanos.

En virtud de la política del "big stik", el balance para las naciones de origen español en América ha sido tan satisfactorio como el siguiente: Los Tratados de Guadalupe, que arrancan a Méjico e incorporan a la Unión los estados de Texas, Nuevo México, Arizona y California, es decir, la mitad del territorio patrio; Nicaragua y Costa Rica ven hollados sus puertos y aldeas, en 1853 por las tropas de Guillermo Walker, derrotadas, al fin en Santa Marta. Cuba y Santo Domingo son ocupadas por el ejercito yanqui, quedando intervenida la aduana; Panamá se transforma en república independiente, y los Estados Unidos adquieren la zona del Canal como una concesión perpetua, que viene a ser algo así como el precio que la joven nación americana tiene que abonar para obtener su anhelada soberanía.

De la política del "big stik" , el panamericanismo pasa a la ayuda económica y técnica, que va poniendo en manos de las grandes empresas de los Estados Unidos la enorme riqueza potencial de los países de Hispanoamérica y con carácter sucesivo, se han aplicado a: los bananos, el azúcar, el petróleo, las industrias extractivas, los nudos y sistemas de comunicación y de transporte. No se trata de préstamos a largo plazo para crear riqueza nacional, sino de inversiones absorbentes del patrimonio que monopolizan fuerzas económicas tan hábiles y potentes que, a despecho de las fórmulas, tienen en sus manos la orientación social y política de los partidos y de los gobiernos. La fijación de los precios topes a las material primas y la libertad de precio para los artículos manufacturados, hace deficitaria la balanza de pagos de muchos países de Hispanoamérica, clientes únicos en el doble juego de la importación y de la exportación de los Estados Unidos.

Pero, como antes apuntábamos, el panamericanismo no se ha limitado a una formulación doctrinal y a un aprovechamiento de las distintas coyunturas para adentrarse en Hispanoamérica. El panamericanismo ha cuajado, ademas, institucionalmente, en la Organización de los Estados Americanos, cuyo punto de partida corresponde al año 1890, en Washington, y cuya culminación se produce al firmarse, en abril de 1948, la Carta de Bogotá. Durante este lapso relativamente corto de tiempo, el panamericanismo ha dado sus frutos y las naciones americanas de origen español han visto mediatizada, manejada y dirigida desde fuera su política internacional, puesta al servicio de intereses distintos y a veces opuestos a los suyos.

En efecto, como escribe Mario Amadeo, en ningún caso el mecanismo de seguridad colectiva o de coordinación que preveén los acuerdos suscritos por los estados integrantes de la Organización, se ha puesto en marcha para defender puntos de vista que no son precisamente los de los Estados Unidos. Cuando los Estados Unidos eran neutrales en la segunda guerra mundial, la reunión de consulta de Panamá proclamó la neutralidad más estricta. Cuando los Estados Unidos comenzaron a aproximarse a la guerra, la reunión de consulta de La Habana declaró la solidaridad ante la amenaza exterior. Cuando los Estados Unidos entraron en la guerra, la reunión de Río de Janeiro recomendó declarar la guerra. Cuando los Estados Unidos empezaron a tener dificultades con Rusia, la Conferencia de Bogotá señaló el peligro de la infiltración comunista.
El panamericanismo ha despertado así una atmósfera de recelo y de resentimiento cada día más agudizado, estimándose, como dice Ycaza Tijerino, que Norteamérica no puede imponer, ni siquiera con el pretexto de la amenaza comunista, a la Organización de los Estados Americanos, al Continente y a las Repúblicas hispanoamericanas, su propio estilo de vida, sus preocupaciones políticas y sus concepciones para la realización ideológica de su destino.
La hora del momento es lo suficientemente trágica y decisiva para que soslayemos el problema bajo la excusa de la amistad. Precisamente porque nos damos cuenta del papel protagonista que los Estados Unidos desempeñan en la historia del momento y de la responsabilidad cósmica que la Providencia ha querido encomendarle, tenemos la obligación de apuntar los errores que, a la larga o a la corta, pueden redundar en su perjuicio y en perjuicio de la Humanidad.
Tarea de amigos, de amigos sinceros, es la de señalar los fallos, no para recrearse cuando los mismos se cometen, sino para avivar el punto de mira y evitarlos y prevenirlos en el futuro..
Pues bien, constituye un error tremendo y lamentable identificar con los intereses de los Estados Unidos la lucha contra el sistema comunista, de tal manera que cualquier movimiento político, cualquier reivindicación social, cualquier orientación de las corrientes comerciales que se oponga a sus programas deba estimarse que favorece al comunismo.
En primer lugar, los Estados Unidos no han sido siempre los campeones de la lucha anticomunista, ni son, desde luego, los más ejemplares. Durante la segunda guerra mundial, los Estados Unidos fueron aliados de la U. R. S. S., y a la U. R. S. S. entregaron una gran parte de Europa. En Asia cometieron la terrible torpeza de abandonar al ejercito nacionalista chino, dejando a merced de la "democracia popular" una inmensa área de territorio y más de seiscientos millones de almas. Y hoy en día, los Estados Unidos protege y ayudan, militar y económicamente, a Yugoslavia, que vive bajo la dictadura del mariscal Tito, en régimen comunista, aúnque este régimen, por circunstancias más bien de tipo personal, no se halle de acuerdo con Moscú.

Yo no voy a entrar en las razones de peso que justifican este proceder de los Estados Unidos; pero quiero afirmar, de un modo rotundo, que pueden existir otras líneas de conducta de signo anticomunista mucho más tajantes y enérgicas, como lo es, a no dudarlo, la que ha seguido y viene manteniendo la política española.

Frente a un anticomunismo de coyuntura, puede existir y de hecho existe un anticomunismo sustancial, fruto de una postura radical y esencialmente hispánica.

Realizar en los países hispánicos una política que menoscabe su personalidad, tolerar o admitir que los pastores protestantes disuelvan nuestra fe, anular el ímpetu y el coraje de los movimientos nacionalistas que pretenden la consolidación política y la superación económica de nuestros pueblos, equivale a seguir una política miope, dando a entender como, sin duda, lo entienden los grupos comunistas, ortodoxos o disidentes -y ahí esta el libro de Jorge Abelardo Ramos como prueba-, que determinadas exigencias de Justicia, irrebatibles o inexorables, pueden conseguirse solamente, únicamente, adoptando una postura opuesta y refractaria a los Estados Unidos.

El panamericanismo es, por consiguiente, rechazable. Implica una desviación de nuestro sentido histórico que desconoce y ahoga la personalidad cultural y política de Hispanoamérica.
No quiere decir ello, claro es, que no sea posible aúnar los esfuerzos y establecer, en el esquema mismo de la Organización de Estados Americanos, una atmósfera de convivencia fraterna. Mas para ello es preciso que, de buena gana, lealmente, con hidalga caballerosidad se reconozcan y rectifiquen los errores cometidos, se tracen las coordenadas de una actuación sincera y, sobre todo, exista un equilibrio de poder, de tal modo que no haya, como al presente -y según apunta Humberto Pasquini Usandivaras- algo así como unas acciones preferentes y de voto plural, privilegiadas y de soberanía, en la caja fuerte de los Estados Unidos y otras acciones vulgares, ordinarias, que aseguran un puesto en la Asamblea para hacer bulto y contribuir a la farsa y que están en manos de las naciones de Hispanoamérica. *


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