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MISTICA Y POLITICA DE HISPANIDAD,

Blas Piñar

La decadencia

La España oficial, el equipo dirigente de la Nación, había renegado de los valores que nos engendraron a la existencia histórica. Ya el 30 de marzo de 1751, el Marqués de la Ensenada escribía al embajador Figueroa: "Hemos sido unos piojosos llenos de vanidad y de ignorancia."

De aquí, al análisis exacerbado y punzante de los hombres del XIX no había mas que un paso. Como escriben Areilza y Castiella en su magnífica obra Revindicaciones de España, la postración nacional, subsiguiente la Independencia y emancipación americana, se halla atravesada por un río caudaloso de hipercrítica afrancesada y liberal que se suma satisfecha a la tesis de la "leyenda negra", que comparte, saboreándolos, los puntos de vista de nuestros enemigos y que asienta y consolida la tesis de la decadencia española como algo fatal e inherente a la Nación.

Cuando llega el año del desastre, cuando es preciso, ante la perdida de Cuba y Filipinas recoger la bandera y apretar los dientes, exclamando con versos del poeta Ramos Carrion:

"Hoy desmayada y triste con humildad se pliega

amarilla de rabia y roja de vergüenza",

España se hunde en una atmósfera de hastío y de fatiga. Hay como un dolor amargo, como una temperatura alocada y febril que hace, en su delirio, bancarrota de valores . Todo se ha vuelto triste y feo. Se diagnostica, con nausea, de nuestra Historia y de nuestro presente. Para Unamuno, "los pueblos de habla española están carcomidos de pereza y de superficialidad". Baroja asegura que América y el catolicismo son las dos trabas que habían entorpecido la grandeza de España. Costa propone que se cierre con dos llaves el sepulcro del Cid, y Canovas, el restaurador, comentando, a su modo, la Constitución de 1876, afirma con sarcasmo y con burla que "son españoles... los que no pueden ser otra cosa".

¿Cómo sorprendernos, pues, ante esta condenación brutal de nuestro pasado histórico, de aquellas generaciones hispanófobas y positivistas que subsiguen a los libertadores de América? ¿Cómo admirarnos de los insultos de Sarmiento y de la frase terrible del ecuatoriano Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo: "Vivimos en la ignorancia y en la miseria"? ¿Cómo extrañarnos de aquel grito: "¡Despañolización!", que fórmula el chileno Francisco Bilbao, o del ímpetu soñador de Luis Alberto Sánchez, que quiere "hacerlo todo de nuevo, y todo sin España"?

Hoy, el transcurso del tiempo, la serenidad y la pausa de la investigación y el acontecer histórico nos permiten asignar a ese conjunto histérico y dramático de vejaciones y denuestos su alcance limitado.

Si en un principio los hombres que presentían la Hispanidad podían sentirse irritados e increpar a los enemigos como se increpa a Calibán, el monstruo shakesperiano: "te doy el don de la palabra y con ella me maldices", en la hora presente os habéis dado cuenta, vosotros los hispanoamericanos, de que "hablar mal de los conquistadores -como ha dicho el uruguayo José Enrique Rodó- es hablar mal de vuestros abuelos, porque más tenéis vosotros de tales conquistadores que aquellos que permanecimos en la Península"; y nos hemos dado cuenta, nosotros los españoles -como escribe Ramiro de Maeztu-, que al fin y al cabo es preferible que nos insulte un hombre de Hispanoamérica a que nos adule Mr. Taft, porque cuando alguno de vosotros nos insulta, nos insulta porque nos quiere, porque, a despecho de sus palabras, le hierve la sangre española, le duele España y quisiera transfundirla y rehacerla a imagen y semejanza de su ideal.

¡Bienvenido sea el dolor si es causa de arrepentimiento! Porque hay un dolor que naufraga en la angustia y que termina en la tragedia suicida del nihilismo. Pero hay también un enfoque cristiano del dolor que nos refugia en la eternidad, que nos hace humildes, que nos purifica y eleva, que nos devuelve y retorna la voluntad de vencer, con un firme y definitivo propósito de la enmienda.

Nosotros no detestamos el dolor de los hombres que vivieron la amargura del desastre. Lo que repudiamos en algunos es el derrotero espiritual y político de su dolor, el ver tan solo "una España que muere y otra España que bosteza", el no descubrir, como Rodó, la España niña, la España núbil que aguarda la hora propicia de enviar al mundo el mensaje nuevo de su eterna y vigorosa juventud.

Por eso, porque en mi Patria hubo una alegre y heróica juventud que creía en la España núbil, porque alguien dijo, frente al sarcasmo de Canovas, que "ser español era una de las pocas cosas serias que se podía ser en el mundo", porque no creímos en la decadencia que es fruto de una enfermedad interna, sino en la derrota por imperios rivales; porque entendimos que es estúpido dar la razón a los vencedores por el hecho simple de su victoria; porque hay una diferencia clara entre los vencidos después de la lucha y los cobardes que de la lucha desertan, nos pusimos en pie dispuestos a romper para siempre las dos grandes losas que angustiaban la vida de la Nación: por abajo, la losa de la injusticia social, y por arriba, la falta de un sano y auténtico patriotismo. Aspiramos a empalmar el ayer con el mañana, a fundir lo social y lo nacional bajo las exigencias religiosas, y a aupar a España buscando su esencia y su quehacer histórico, porque, como reza un himno: "del fondo del pasado nace mi revolución". *


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