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Cronología de la unidad hispanoamericana
El examen de los años
subsiguientes a la Independencia pone de manifiesto dos cosas: de
un lado, la nostalgia de la unidad perdida, y, de otro, el
anhelo, siempre reiterado, de lograrla.
Sarmiento no vacila en exclamar: "hace veinte años, un
habitante de las pampas de Colombia se abrazaba en medio del
Continente con otro de las pampas de Buenos Aires, y ya no ha
quedado ni un solo vínculo entre los Estados vecinos", y
Ugarte escribe "que no es posible regocijarse completamente
de una emancipación que, multiplicando el desmigajamiento de los
antiguos virreinatos en Repúblicas a menudo minúsculas e
indefensas, ha venido a sembrar el porvenir de responsabilidades
históricas".
La profunda miseria moral de las medianías que hostigaban al
genio de América -dice el ecuatoriano Ulpiano Navarro-, el
caudillismo montaraz de algunos jefes de Venezuela, la intriga
del subsuelo, roedora y terrible, de los libertarios de Bogotá,
la ingratitud de los antiguos áulicos del virreinato de los
Reyes, la envidia de los estadistas del Plata fueron parte a que
nuestra América, después de la guerra de la Independencia, no
se constituyese con la integridad de los territorios
patrimoniales.
La Independencia ha significado la disgregación -subraya Mariano
Picón Salas- por haber sido realizada traicionando el ideal de
los auténticos libertadores. Por ello, si la enfermedad, como
asegura D'Ors, se llama nacionalismo, la salud debe llamarse
anfictionía.
Y fue, efectivamente, una confederación, una anfictionía, lo
que hoy, con términos más exactos, conocemos con el nombre de
Comunidad, lo que se busco incluso antes de que aparecieran los
primeros conatos libertadores.
En esta línea, el célebre Francisco de Miranda imaginó, por
los años 1785 y 1790, formar, una vez terminada la
Independencia, un Imperio Americano que se extendiera desde el
Mississipi hasta la Patagonia con un monarca incaico y sistema
parlamentario a la inglesa, que evitara la anarquía en el orden
político y la desmembración en el orden geográfico; la Infanta
Carlota-Joaquina, hermana de Fernando VII y esposa de Juan VI de
Portugal, ofreció desde el Brasil, a los diferentes virreyes y a
las diversas Juntas de Defensa hispanoamericanas, una serie de
ideas políticas renovadoras que tendían a salvar la unidad
supranacional, amenazada peligrosamente por la invasión
napoleónica de la Península. José Gregorio Argomedo propuso en
Chile, el 18 de septiembre de 1810, un Congreso de todas las
provincias de América que habría de celebrarse en el caso de
ser derrotada España por los franceses; y el mejicano Lucas
Alaman pidió en las Cortes de Cádiz una relativa independencia
de las Colonias y una confederación de las mismas con España.
De los libertadores, sabido es como José de San Martín
sacrificó su presencia en América al logro de la Unidad;
O`Higgins, después de Maipu, abogó por ella, y en favor de ella
se pronunciaron las Constituciones de la Independencia; e
Iturbide suscribió el Tratado de Córdoba con el último virrey
de Méjico, tratando de establecer una interdependencia jurídica
entre la Nueva España y la Corona.
Por su parte, Simón Bolívar, antes y después de Boyaca y de
Carabobo, levanto la bandera confederal, y el de septiembre de
1815 escribía: "Puesto que estas naciones tienen un origen,
una lengua, unas costumbres y una religión, deben tener
igualmente un solo Gobierno que confedere los diferentes Estados
que hayan de formarse."
Con absoluta fidelidad a esta idea, el Libertador como presidente
de Colombia, y don Pedro Gual, como ministro de Asuntos
Exteriores, facultaron a don Jaime Mosquera para la suscripción
de tratados con los países fraternos, y así, después de
penosas negociaciones, se firmaron, en 1822 con Perú, en 1823
con Méjico y en 1825 con Centroamérica. En el espíritu y en la
letra de estos acuerdos aparece el deseo de constituir "una
sociedad de naciones hermanas", "un cuerpo anfictionico
o Asamblea de plenipotenciarios que de impulso a los intereses
comunes y dirima las discordias que puedan suscitarse entre
pueblos que tienen unas mismas costumbres".
Los acuerdos mencionados fueron el punto de partida del Congreso
de Panama y de Tacubaya de 1826. Bolivar, al convocarlo en 7 de
diciembre de 1824, insiste en la necesidad de una "asamblea
de plenipotenciarios que nos sirva de consejo en los grandes
conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel
interpretacion de los tratados. y de conciliacion, en fin, de
nuestras diferencias".
El Congreso de Panama, que terrninó suscribiendo el 15 de junio
de 1826 un "Tratado de unión, liga y confederación
perpetuas entre las Repúblicas de Perú, Colombia, Centroamerica
y Estados Unidos mejicanos", vino a resultar inoperante no
solo porque dicho acuerdo fue ratificado solo por Colombia, sino
porque en 1830, la Gran Colombia, que había nacido en diciembre
de 1819, se dividió en tres Estados independientes: la actual
Colombia, Ecuador y Venezuela, y el 30 de mayo de 1838, el
Congreso Federal de las Provincias Unidas de Centroamérica, que
habia surgido el 1 de julio de 1821, dejó en libertad a las
mismas para constituirse como gustaren, naciendo los Estados de
Honduras, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua.
Pero los esfuerzos comunitarios han proseguido sin desaliento,
tratando de suturar las piezas desatadas. Y así, Ecuador,
Colombia y Venezuela firmaron, el 29 de octubre de 1948, la Carta
de Quito, en la que, reconociendo la existencia de los
"vínculos especiales que unen entre sí a los Estados
hispanoamericanos por su comunidad de origen y cultura", den
nacimiento a la Organizacion Económica Grancolombiana. Honduras,
Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua, con la conciencia
de sentirse y saberse "partes disgregadas de una misma
nación", suscriben, el 14 de octubre de 1951, en San
Salvador, la Carta fundacional de la Organizacion de Estados
Centroamericanos. Y Chile y Argentina, el 8 de julio de 1953,
firman un tratado por el que constituyen su Union Económica.
A su vez, los países hispánicos de la Península, al calor de
los embates de la última contienda universal constituyen el
llamado "Bloque Iberico", confirmado después con las
entrevistas de sus gobernantes y ampliando a colaboraciones y
entendimientos que rebasan la esfera militar, como han puesto de
relieve las conversaciones de Ciudad Rodrigo.
Es decir, que lenta y gradualmente, salvando prejuicios y
distancias, se abre paso la empresa de comunidad inacabada en
áreas regionales económica y geográficamente definidas, como
un paso firme y seguro hacia la estructura mas amplia, completa y
general. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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